Él rebuscaba en el menú el platillo que iba a degustar con su acompañante, esa búsqueda le permitía agotar minutos de ese encuentro. El hombre que le acompaña en la mesa es robusto, con su cabello albino y un bigote empapado de canas.
Esa escena enmarcada en un restaurante capitalino me llamó la atención. Aquel hombre de apariencia agringada tiene a su lado un joven que parecía haberlo conocido en ese preciso momento.
Sí, me detuve por unos segundos, claro disimulé mientras leía un rótulo donde anunciaban cual era el plato del día.
Ese joven de delgada figura y con una cola que le llega hasta la mitad de la espalda, no era amigo de ese hombre. El joven parece indefenso ante la actitud indiferente del gringo.
¿Por qué se prostituía ese muchacho? No sé y no me interesa saberlo. Qué siente este joven al saber que ese extranjero sólo quiere una cosa, su cuerpo.
Si tiene experiencia el muchacho en este tipo de encuentros “a ciegas”, no sé le notaba, no levantó su cabeza y ni mirada por largos segundos, el alma le temblaba al saber que tiene que compartir la misma cama que ese hombre.
Con cierta desesperación, el gringo apartaba su mirada del joven, él ya había ordenado.
Para el extranjero, él es un simple cuerpo que deseaba devorar. Quizás ese joven le dijo a su madre o a sus hermanos que iba a trabajar. Esos largos segundos que el muchacho toma para escudriñar el menú, le permiten concentrase y recordar que su trabajo es producir placer, aunque su piel no absorbe ni un milímetro de esa desbocada emoción.
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